domingo, 11 de enero de 2015

34 depresión en fiestas

La Chama y yo nada que volvemos, soy muy orgulloso. Siento que todo lo que he hecho por ella no lo valora, no me refiero a lo material sino al tiempo. Pienso que debería arriesgarse por mí, encarar a sus padres. Todos a los que les cuento la situación dicen lo mismo. Lo peor es que dejé a la Chama en navidad para ver si estar sin mí, la motiva a luchar por mí, y fue todo lo opuesto, ahora parece más feliz, menos paranoica. Debo admitir que ambos vivíamos dentro de un mundo ajeno al de todos, y cuando salimos nos dimos cuenta, de que el mundo afuera siguió su curso.

Ahora ella sale con otro chico, siento que los odio a ambos. Y lo peor de todo es que el chico hasta va para su casa. Cogí todas sus cosas y se las metí en una caja, se la di, no quería aceptarla y le dije que la tomara o la iba a botar. Lloró y la tomó. Le dije que no fuese hipócrita, que enamorarse, consiste en luchar por amor y no en esconderse por amor, como habíamos hecho a lo largo tres años. Me dio la razón, me dijo que ella no sabía porqué tenía tanto miedo, que estaba traumada y que a pesar de que a mí me amaba y a su nueva pareja no (dijo que apenas salían, pero yo no se lo pregunté) se sentía libre y con un peso menos encima. Saberla feliz me lleno de rabia, y me fui.

  En Venezuela es una traducción gastarse cada viernes todo tu sueldo en fiestas, alcohol y mujeres. Mis amigos hombres todos practican esta tradición, y yo quería intentarlo para sentirme mejor. Pero lo cierto es que cuando uno está triste es mejor llorar y pasar el despecho, eso es como cuando se muere alguien. Para llorar hay que tener coraje, mucha gente va a fiestas, finge que la pasa bien, pero hay sonrisas que son lágrimas cobardes.

Fui a una fiesta con mi mejor amigo del colegio, Ramiro, se llama como yo. Fuimos e intenté besarme con una chica, como es la tradición. Lo cierto es que estaba fuera de forma, tenía tanto tiempo con la Chama que hasta había olvidado como seducir. Esa Chica y yo casi no besamos, pero cuando me acerqué a su boca, no olía muy bien. Dejé de bailar y cuando me senté, me di cuenta que era mi boca la que olía mal.

  Esa noche mi amigo me confesó un secreto: es amante de una chica de nuestro salón, que tiene muchos años en una relación sentimental (eran como un matrimonio, así de triste). El está muy enamorado, porque dice que es una chama seria y diferente a todas las putas con las que sale.

  Antes de dormir me puse a pensar en aquella vez que la Chama y yo estabamos haciendo el amor en un salón abandonado, ella estaba en cuatro y con la falta levantada, mientras yo la penetraba con prisa y bestialidad. Alguien nos vio por accidente, la Chama no se dio cuenta, yo sí, y me sentí tentado a demostrar mis habilidades de dios sexual, como le llamaba la Chama al hecho de que, detrás de mi cara de estúpido, tengo el talento de penetrar con una velocidad y furia sobrenatural. Un día nos grabamos en vídeo y le metía hasta cinco estocadas por segundo. Desde que descubrí este talento me aseguro de decirle a todas las chicas que soy pésimo en la cama o un inexperto para que las sorprenda mi talento oculto.

  La chica que nos observó era la enamorada de mi amigo. Desde esa vez, empezó algo que no tiene nombre. Esta enamorada de mi amigo y yo, con sólo mirarnos, en el salón de clases o en el patio: nos poseía de repente una extraña intuición, que me llevaba al mismo sitio escondido del colegio donde ella me había visto con la Chama haciendo el amor. Y ahí estaba la enamorada de mi amigo, sin decir palabras hacíamos el amor, y cuando digo sin decir palabras no es una metáfora, realmente sólo los ojos hablaban. Carecíamos de todo tipo de horario, y tampoco nos mirábamos todo el tiempo. Las miradas siempre eran accidentales, a veces yo buscaba mirarla y ella estaba distraída, otras supongo que ella me miraría y no lo supe. Pero nunca forzamos el juego, sabíamos por instinto que hay mundos que nacen y mueren en los ojos. Y si alguna vez nuestras miradas se hacían un solo mundo, empezaba el hechizo incontrolable, íbamos a aquel punto, guiados por una fuerza más poderosa que nosotros. Teníamos sexo salvaje y bestial.

Hasta que un día se rompió el hechizo. No me había dado cuenta que cuando hacíamos el amor nunca nos mirabamos, las miradas daban comienzo a este extraño mundo, pero luego los ojos dejaban de verse, los teníamos abiertos pero nunca se miraban.

Luego de acabar sobre ella y derrumbarme en su pecho, levanté la vista y vi sus ojos. Y fue como despertar, ya no estaba el hechizo que a ambos nos invadió, sentimos una sensación de terror, sonreímos, y nos dimos un beso muy tierno y hermoso. Ambos supimos que las miradas crean mundos... y que también los destruyen.

Tal vez había algo que le faltaba a nuestra pasión, una muerte: el amor. Esa última vez era ternura, estando acostados, desnudos, sabiendo que cualquiera podría entrar, y eso significaría no sólo el fin del sueño del cual recién despertabamos, sino también un infierno en el otro mundo, el miserable, el real. Duramos un rato uno encima del otro, riendo, sin decir nada. Ambos sabíamos gracias a una convicción misteriosa que en el momento en el que me levantara, se iba a acabar para siempre el juego.

Esa noche luego de que mi amigo se durmió me puse a llorar pensando que la vida es un completo engaño. Eran unas lágrimas como si hubiese descubierto algo precioso, la oportunidad de encontrar nuevos y preciosos mundos donde nadie más puede verlos.

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