viernes, 23 de enero de 2015

Capítulo 7 intento fallido

Anoche la Malandra vino a mi casa, mis primas no me hablan pero otra prima, una que es como mi hermana porque nos criamos juntos. Al oír mi historia se puso de mi lado y fue muy comprensiva. Me hizo ver que la Malandra me controlaba mucho, que no quería tener sexo conmigo sino aprovecharse de mí. La Malandra en ese entonces me pedía regalos, se enojaba conmigo por todo y yo siempre terminaba suplicando perdón a pesar de que no me sintiera culpable. Todo por su vagina.

Mi prima hermana me preguntó que cuántos años tenía la Malandra, y le dije que dieciocho. También le confesé que yo le había dicho que tenía dieciséis cuando realmente tengo catorce. Las risas de mi prima estremecieron toda la vereda de su calle. Me dijo que era un perro sucio y mentiroso como todos los hombres. Lo raro es que su tono tenía un aire de orgullo, así como cuando un padre dice: ¡Ese es mi hijo! Me aconsejó que fuese una mierda, que a las mujeres hay que tratarlas mal. Cuando uno las trata bien, ellas vienen y te montan la pata, te chulean, hacen contigo lo que les de la gana. Estaba perplejo y atento. Mi mirada debió ser muy expresiva porque dejó el tono proverbial y serio de sus palabras, y entre risas pícaras y con un tono de confesión prosiguió a explicar que así eran las cosas, y que tenía yo mucho que aprender.

Mí madre organizó una reunión en casa y mi prima hermana me dijo que invitara a la Malandra. La Malandra estaba enojada conmigo y yo le había suplicado que me perdonara y se hacia la dura. Mi prima me dijo que la llamara y antes me dio unos consejos de cómo debía hablarle para manejar la situación. Fuimos a un puesto de teléfonos en alquiler que una tía de nosotros tiene. Está en medio de la calle, debajo de una sombrilla, con tres teléfonos celulares antiguos, encadenados para que no se los roben. Como suelen ser todos los puesto de alquiler de telefonos.

Al llamar a la Malandra, le dije lo de la reunión y si quería venir, en un tono de reconciliación. Es decir, con dulzura pero atento a la respuesta. Ella vaciló en tono arrogante y decía que no sabía. Una rabia se apoderó de mí, y sentí que me pisaban el corazón. Le dije que si no quería no fuera, y colgué. Sentía que había hecho justicia y a la vez me sentí estúpido, quizá porque quería realmente hacer el amor con ella. Mi prima y mi tía celebraron con orgullo mi acción y eso me hizo sentir respaldado y calmado. La malandra llamó al teléfono de alquiler, en éstos caso quién atiende el puesto de teléfonos no contesta, pero mi tía sospechaba que era ella y contestó, me la pasó con una risa malévola. A la media hora la Malandra se había aparecido en donde mi prima. Pocas veces un consejos funciona tan bien.

Cuando llegamos a casa, esa noche intenté hacerle el amor. Fue la primera vez que una mujer me vio desnudo. A la Malandra no le gustaba usar la lengua en los besos, eso era deprimente. Besé su cuello, sentí su olor, me apodere de sus senos y besé una cicatriz que tenía en su abdomen. Yo no tenía idea de cómo era una vagina así que mi prima hermana y mi madre me hicieron un mapa mundi de un clítoris. Fue vergonzoso pero la necesidad por delante. No sirvió de mucho porque cuando estaba con la Malandra lo que hice fue lamerla suavemente por horas. O por lo menos así lo sentí. Mi mandíbula se acalambró y ella no dejaba de germir, fue muy sensual. El olor de su vagina humeda me hacía sentir animal. No me dejó penetrarla y fue frustrante. Le pregunté si me podía hacer sexo oral y me dijo ofendida que eso es de putas. Y yo le repliqué que yo se lo había hecho, ella dijo cosas tontas e infantiles sin sentidos. Me pidió que durmieramos. Lo hicimos, mi pene seguía duro y la abrazaba fuerte, olía su cuello, le acerqué mi pene y empecé como a follarla con ropa. Ella me pidió que me detenga. Cargaba una tanga de hilo ¿Por qué si no había ido a follar? Me confesó que le daba miedo y la entendí. La abracé, nos dormimos.

En medio de la noche sujete su cintura y le daba empujones con mi pene en su trasero. Volteó para decirme que no y le di un beso salvaje y largo. Saqué mi pene y ella lo tomó. Ella lo abría y cerraba con fuerza y yo gemía en su oído suplicándole que lo hiciera más y más fuerte. Al final me corrí y a ella le dio repulsión que mi semen nos empapara. Se limpió y dormimos.

Hoy cuando desperté, tomé su ropa interior de anoche mientras se daba una ducha. Estaba toda humeda en su vagina. La olí y era el mismo aroma de cuando mi lengua lamía su clítoris. Lo guardé, cuando nos íbamos lo buscaba como loco y le dije que si la encontraba le prometía dársela. Mientras pensé: no dejaré que ningún otro goce de esta tanga.

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