domingo, 11 de enero de 2015

Segunda parte Laura

Laura Daniela Alvarado, El Cocuy.

Fui la última persona que estuvo con él. Sé que sus últimos días fue muy feliz. Me dijo que gracias a mí se había ganado el premio Nobel de la alegría. Ésa y muchas tantas cosas conservo de él. Me enseñó lo que el arte significa, es decir que el arte tiene un significado que nosotros no podemos comprender. Llegó a mi vida cuando más lo necesitaba, cuando murió me dolió mucho. El solía decirme que ser feliz conmigo lo hacía sentir muy triste, porque sabía que algún día el final debía llegar. Nos quisimos aprovechando cada instante. Yo tenía mucho odio religioso, no creía en Dios ni nada. Él me quitó ese odio, tenía una paciencia enorme. Me decía que las religiones no son malas porque creen en algo, sino porque creen que sólo hay una realidad posible.

Yo le decía que era mi Borges, no por su estilo, mis respetos para el maestro, sino porque tenía esa capacidad de decir frases geniales y una ironía divertida. Todo lo que la gente le decía el lo mejoraba. Me molestaba, uno quería decirle algo y el chino pendejo ese decía una cosa mucho mejor.

Tenía lo que tienen pocos escritores: pasión real por la literatura, para él, el universo literario no era otra realidad sino parte de la misma. Creía firmemente que los sueños y la realidad son lo mismo, y creo que en definitiva eso acabó con su vida.

He leído sus textos sexuales, sé que tuvo muchísimas amantes, pero me consta que a lo último no hacía el amor, se la pasaba escribiendo. Su última carta decía:

"Debo quemar todo lo que he escrito, abandonar la literatura para siempre, de lo contrario, moriré. Sin embargo ¿Qué es mi vida sin la literatura? No soy acaso yo él que debe morir por no estar a su nivel? Si lees estás líneas, Laura, es porque preferí morir antes que vivir sin escribir, y porque la literatura ya lo era todo, y yo estaba de sobra en ella. Quiero que sepas que contigo inventé realidades diferentes, descubrí que hay muchas formas de decir "Te amo" sin usar esas palabras tan trilladas, te quiero."

Conmigo nunca hablaba de la Chama, tampoco de mujeres. Con el todo era siempre presente y ee el presente todo era sueños. No recuerdo una sola vez que hayamos hablado de algo productivo, todo era nubes, ideas, literatura. Me duele que no esté, pero sé muy bien que este mundo no fue hecho para personas como él. Y eso me molesta, maldita sea.

Nos conocimos en Bogotá, estaba en las clases de Diana Uribe, era el mejor alumno. No tenía dinero y Diana lo dejaba entrar a cambio de que le levara los platos y le cocinara, el hacía de todo, pero bien mal. Porque como dice Neruda: "Los poetas son torpes con las manos". Diana le consiguió el trabajo en el Cocuy, de traductor. El hablaba francés e inglés. El francés lo hablaba pésimo. A diferencia de lo que se cree, parecía muy normal, rutinario. Toda su realidad era interna, me le quedaba viendo y pensaba: ¿Cómo la gente puede pasar por su lado y no darse cuenta de que estan junto a un futuro Nobel?  Pero a él esas cosas le daban vergüenza. Nunca se creyó grande.

Cuando lo conocí me enamoró como lo hacen los poetas: siendo un charlatán, pero uno de los buenos. Improvisaba versos sobre la luna y me derretía. Era magnífica persona, pero el problema es que no era bueno para nada más, que para ser buena persona. Nadie soportaba lo mal que trabajaba, pero a todos les encantaba su compañía. En el trabajo lo tenían menos por el trabajo que por la fascinación de los extranjeros. Contaba historias con una facilidad, como si las historias estuviesen ahí y sólo él las podía ver.

Le encantaba caminar y patear piedritas redondas, siempre tenía una libreta y escribía versos o ideas. Tenía una obsesión por escribir y no tanto por publicar. Era bueno con los escritores más jóvenes que él, hasta en él peor veía algo bueno. Le molestaban los escritores que decían un montón de tonterías en palabras bonitas, pero huecas. Me decía que cuando escribía de sexo es porque sabe que el sexo es lo más privado del ser humano, no tenía una concepción del sexo pecaminosa. Quien lo lea de forma superficial no verá nada, pero quién lo lee en el fondo sabe que escribe verdades que queman. Una vez lo querían correr de aquí, porque escribió un cuento en primera persona sobre un violador, era horrible. El violador ve una imagen de un niño comiendo un cono de helado y siente deseos sexuales. Es aterrador como te hace creer que todos podemos ser violadores en cualquier instante, sólo tenemos que descubrirlo. Luego el personaje se pone en contacto con los que hacen el helado y colocan la foto, y descubre que sus sospechas eran ciertas: Los violadores de niños estan en todas partes, pero sólo ellos pueden verse porque quien no lo es, no detecta las señales. Lo peor es cuando describe la violación como un acto hermoso y noble. Y lo mejor es el final: acaba viendo en su armario su ropa, es un cura. Para mí es el mejor cuento del mundo. Eso es valentía, ¿De qué sirve que uno escriba si no va a hacer que quién lee sienta que algo se le desbarata en el alma?

No hay comentarios:

Publicar un comentario