sábado, 21 de febrero de 2015

Esto era un poema pero se me desparramó en la ópera.

Dinora apareció, por lo general en los conciertos todos desaparecen, y muchas veces hasta el artista, y todo se vuelve sudor de animal muerto.

Pero Dinora...

En la pantalla electrónica salía la traducción, pobres idiotas, la opera se escucha con los ojos cerrados y el corazón abierto. Mostrando todos los fragmentos rotos, mientras la voz de ella crece como un río desde el abdomen, que le hace creer a los pedazos ciegos del corazón que yacen como islas sin agua, que esa voz liquida y cristalina son las partes que una vez no estuvieron rotas; y que tanto anhelamos de nuevo juntas, como el recuerdo vago de un olor, la idealización de un amor, un sueño. Y cocerlas sería sólo una soberana mamarrachada.

Pero sienten esa voz única como un abrazo. Y la infeliz Dinora nos hace creer que todos existimos, hasta los músicos; o el director, que su mayor mérito es no soltar las agujas del ruido y el silencio, para ponerse a llorar a los pies de Dinora.

Y al final todo termina, y los necios aplauden; pero nosotros, los que si sentimos, nos quedamos implorando un silencio eterno, eterno como lo trágico y hermoso que acabamos de vivir y jamás podremos explicar; y si pudiésemos, para qué. Y hay un llanto, un poema, un beso, y mejor dejo esto hasta aquí, mejor no pensar ni recordar... mejor dejar la voz de Dinora hacer eco eternamente en el silencio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario