sábado, 30 de mayo de 2015

Poesía sucia y ternura.


 Habíamos dormido juntos toda la noche, la sentía respirar entre mis brazos; y sin poder dormir traía a la memoria mis deliciosos placeres. El placer que acababa de sentir en mis pulmones, el placer de su olor luego del sexo. No obstante, estos placeres saboreados me eran interrumpidos por otros que deseaba saborear; pensaba en una puertoriqueña cuyos preciosos cabellos colgaban sobre sus hombros y su perverso rostro, con un caos fascinate.

Pero esto no me impedía mirar a la pelirroja, y hechizarme de profunda ternura. La traía a mi piel y su cuerpo frágil cedía sin mayor esfuerzo. Oh, pelirroja, ceder, ese es tu signo. Nunca antes había tenido entre mis brazos una mujer que con tanta facilidad se entregara a los de cualquier otro. Y no mentías, pelirroja, me hablabas de libertad, pero no, flaca, si acaso, pudiésemos llamarte puta, pero ni eso. No podemos llamarte libre, flaca, la libertad es una cosa de elegir y renunciar; pero tú no eliges, cariño, tú te dejas arrastrar por una poderosa debilidad, si es que se puede decir así; eres un mero lienzo en blanco, estás en este poético mundo donde te invento y te mueves con la belleza más preciosa; pero siento, flaca, y no te miento, que poco es tu mérito. Podrías estarte acostando con cualquiera, y de hecho lo haces. Cualquiera que te tome del brazo te lleva a donde quiera llevarte, por una casualidad que no busco comprender has terminado conmigo, con tanto arte, tanto sexo hondo lleno de belleza, dolor y otros desgarradores sentimientos ¿Sería por ti, musa, que hebitamos este universo poetico? No, musa, qué va, no es por  ti; aunque en el fondo tal vez sí: no eres una mujer libre, musa, lo que muchos llaman libertad es confundir la libertad con la pereza. Oh, musa, a quién engañamos, ya te lo he dicho, no renuncias a nada, no eliges nada, el único requisito para poseerte es ese misterioso placer que sientes al ser sometida. Ay, flaca, llamas libertad al hecho de someterte a mucha gente en vez de a uno, que mal estás flaca, y lo peor soy yo, que no sé si en el fondo representas un reto para mí, una parte de mí sospecha que quiero poseerte a tal punto... con todo lo que tengo... que sé que es mucho más de lo que cualquiera pueda darte; no porque yo sea más o menos que ellos, sino porque soy el único interesado en realmente darte algo. Pero no, musa, a veces me siento superior a ti y a todos, por el sencillo hecho de que no logran comprenderme, andan moviéndose en un mundo tan ajeno al mío, tan lleno de certezas, de certezas que son excusas para evitar preguntas. 

Seguramente será así, musa, te irás con cualquiera en unas horas y yo me quedaré, yo siempre me quedo. 

Recuerdo la última vez que lo supe, lo dijiste con una naturalidad sumamente fría, casi ingenua; descubrí entonces que si yo no sabía era porque no te lo había preguntado. Ves, musa, eso no es libertad, la libertad implica un grado de resistencia mínimo, una rebeldía, un pensamiento. Pero no, musa, tú no eliges ni siquiera la renuncia, sencillamente te dejas aplastar.

Empezaba a notar esa casi enfermiza sumisión cuando me daba cuenta de que, por más que sacudía los deseos en ti, no hacías nada. No tomabas ninguna iniciativa al menos de recibir alguna orden. Y me aprovechaba: te convertía en algo precioso, pero luego seguías con tu existencia, como si no hubiese pasado nada; y yo sentía cómo el oleo y la pintura se despreciaban profundamente.

Habías despertado y sin decirte nada bajé hasta tu entrepierna -Ella puede llegar en cualquier momento- decías como un mayordomo dirigiéndose a su amo, siempre en ese tono de súplica fría. Mi lengua desprendía sobre tu sexo un hambre de profundos sabores; aun estaba fresca desde que te limpiaste hace unas horas, luego de ese encuentro sexual que terminó con un hondo silencio que corté diciendo -Las mejores musas son aquellas que no son alérgicas a la lactosa- Y empezaba a contarte esos episodios de mi infancia tan simples, pero que recuerdo con tanta emoción, mientras permanecías callada, tal vez por tu aliento a semen o tal vez porque te gustaba. No puedo negarlo, me resultaba fascinante tenerte porque tenerte era en parte estar acompañado y en parte no dejar de estar sólo. Te sometías a mi piel; y en especial, a mis ideas, de una forma en la que nadie nunca antes, en parte me dolía y en parte me gustaba, me dolía la carencia de esfuerzo, me gusta lo profundamente hondo que podíamos llegar, era algo tan precioso que podía compararse con la imaginación.

Siempre me llenabas de halagos, musa, halagos que honestamente me hacían sospechar que nacían más de tu ingenuidad que de mis atributos. No hubo un sólo encuentro en el que no pensara, por dolorosas ráfagas de instante, que esto era para cualquiera, estos halagos, este placer, está capacidad que tienes de maravillarte. 

Francamente, a veces pensaba en una utópica orgía, un <Todos podemos vivir felices follando juntos> pero eso no ocurría, cariño, el mundo es demasiado complejo como para no despreciarlo y elegir unas cosas en vez de otras. Oh, cielo, si tan sólo sintiese que te deleitas sólo con los mejores; tal vez eso me haría invitar a tus amigos, deleitarme con ellos y contigo. Pero no, no es eso, y ni siquiera es bondad: esa otra seductora que tienta muchas veces más de lo que lo hace el poder. Sencillamente era un terror por elegir, por ser. Y eso me hastiaba y me fascinaba, al descubrir con qué perversidad logro aprovecharte.

Entierro tu cabeza en los edredones y tu culo se exalta como un templo digno de admiración, sus colores me fascinan, y recorro a someterte; lo que más me fascinaba de conocerte a profundidad era saber cuáles eran tus odios, para conseguir poseerte como ningún otro ser había podido, quería poseer tus convicciones, maldición, hacerte mía.

 Por eso te quería penetrar el culo, porque nadie lo había tenido; debo confesar que sin ti, no hubiese podido gozar de muchas lecturas, porque tú me hiciste descubrir qué tan perverso puedo llegar a ser.

 Rozaba tu sexo, movía mi pene en forma de "V", quería palparte con caricias mi nombre. Besaba tu piel con una delicadeza que no  conseguía más que desesperarte y desear mi violencia, ese elixir del que te has hecho adicta. Y mientras mis labios se detenían en cada rinconcito de tu espalda: tu sexo goteaba, goteaba delirios.

Me elevé y mi sexo seducía con franquear tu culo, y te di la orden de pedirme que entrara. No decías nada, porque no querías, pero si lo hacía te iba a importar muy poco; entonces, lo comprendí con amargura, no se lo habías permitido a nadie porque nadie había tenido la suficiente fuerza. O tal vez sí, tal vez lo hiciste y mentiste, pero eso que importa ¿Quién llama fuerza a la orden que se la da a un débil esclavo? eso no es fuerza, cariño, la fuerza no está en el abuso, la fuerza está en la resistencia.

Coloco mi pie sobre tu cabeza, te exijo y te niegas, qué tonto soy, ese es tu juego, ser sencillamente nada; pero mi crueldad no se goza de tu sumisión, mi deseo de venganza y de dolor no se satisface, así que te estimulo tanto que suplicas ser penetrada; pero de forma implicita me dejas saber que no por el ano. Recurro entonces a imponer la orden, de que supliques la orden e indiques precisamente en dónde será ejecutada. Y luego de unos chorros que hidrataban de placer tus muslos, lo dices. Empecé tanteando, disfrutando cómo se resistía tu piel; luego, lentamente la mitad de la punta de la lanza se llenaba de dicha, invitando a pasar, y abriendo sutilmente paso, hasta verse todo completamente dentro, y debí reposar inmóvil en tu ardiente y apretada piel; entonces saque muy despacio, hasta la mitad, y devolví con furia y placer la estocada victoriosa.

 Mi cuerpo sentía un éxtasis profundo que no venía de mi cuerpo ni del tuyo. Te ordené dijeses que soy tuyo, deseando que sintieras la pasión de la posesión, esa pasión ajena en cualquier otro hombre con el que te acuestas, pues no exiges nada, pero la posesión indica un dolor muy fuerte que la esclavitud ni siquiera se imagina. 

-Dime que soy tuyo-, y lo hiciste, y casi sin titubear dijiste que también eras mía. En ese momento descubrí que todo esto era una honda venganza, una venganza mía contra ti; no por lo que habías hecho, sino por lo que ibas a ser y seguirás siendo toda tu vida: formar parte de mi corazón sin tener suficientes fuerzas para doblegarte, para rendirte ante mí. Porque uno sólo puede derrotar a quién opone resistencia. Entonces respondí con la más deliciosa venganza que el placer y el dolor me hicieron improvisar -Me encanta cuando me mientes- revelando así lo absurdo que me parecía todo, lo absurdo y a la vez placentero. Una parte de ti gozaba, sin saber porque, como yo, todo este teatro de la hipocresía pura que significa la existencia.

 Sonó el timbre, era tu amiga la del culo precioso que venía por ti. Me mirabas, en parte poseída de placer y en parte esperando mis indicaciones para conocer esas certezas que tanto te fascinan, siempre y cuando no vengan de tu interior. Me detuve y colocando tus piernas formando un triángulo con el piso, y tus manos hacía atrás sujetadas a las mías, te cabalgaba entre embestidas hasta la puerta, era una lenta procesión donde se manifestaba todo mi poder y mi control; dichosas drogas en las que este poeta jamás debió caer, pero de las que no se podrá librar jamás.

 Alcanzamos la puerta y te ordené asomarse en el ojo mágico, y que describieses, mientras te embestía con más fuerza, cada detalle de la situación de tu amiga. Tus gemidos alertaban y tu amiga entraba en un profundo sueño blanco, quizá con miedo, con ese miedo paralítico que sienten los que presumir de coraje, pero se ven inmóviles cuando descubren que el ser más inofensivo, demuestra un poder oculto entre la subestimación y el silencio.

Disfrutaba imaginar su rostro tras la puerta mientras los gemidos se esparcían por debajo hasta el pasillo; permitiéndole enmudecerse, a veces la libertad de expresión se ejerce en el silencio.

Abro la puerta con deliberada violencia, quedando conectados el mundo donde soy dios con el mundo donde soy nadie, y si hubiese vecinos me vería bien ridículo, pero como sólo estaba la culoprecioso, era un Dios conectando universos. La sostuve de la muñeca y la introduje cerrando con el mismo ahínco la puerta. Quedó paralizada, recostada a la puerta como quien presencia un asesinato y descubre de lleno todo el coraje del que carece. Tomo a la flaca y la incorporo frente a su amiga, la penetro, gozo profundamente de ver cómo esta presumida altanera de deliciosa vanidad, se ve reducida a su mínima expresión ante el poder de alguien por quien sólo sentía desdén y desprecio. El sexo sigue, la flaca sigue cediendo al delirio de la obediencia; a lo que decido tomarla del cabello y besarla, luego ordenarle que bese a culoprecioso, y le digo al oído: ella siempre me odió, flaca, me odió porque su sueño era conseguir un poeta; y tú flaca, la pequeña inútil lo conseguiste, tú que carecías de  ese delírium tremens de creerte musa o poetisa; y lo peor es que lo conseguiste sin buscar y sin esforzarte, porque nunca buscas ni te esfuerzas por nada, sólo te dejaste llevar, someter, y por eso culoprecioso te odia.


Beso a culoprecioso, y por ese efímero instante todas las utopías son posibles. 

Sujeto la cintura de la flaca, la coloco sobre los hombros de culo precioso, la dejo caer dulcemente y sus manos tocan el piso. En ese instante toda esta guerra se vuelve una paz absurda, y culo precioso y yo nos encontramos como siempre debimos habernos encontrado, lamiendo los dos el sexo de la flaca y rozando nuestras lenguas con una belleza que supera los limites de la razón; mientras la flaca, de cabeza, recibe mi sexo en su profunda garganta.

Me tumbo en el piso y le doy por completo toda la fuerza de este y todos los instantes. Mi licor entra en ella con un furioso deseo de no salir jamás; le pido que cierre los ojos mientras, sentados en el piso, con mis piernas abrazando las suyas y mi pecho erizándole la nuca a su espalda; le digo que cuando nuestros ojos se abran tendremos que despertar, y ella me dice con ternura que no quiere abrirlos, procedo a cubrir con mis manos sus ojos y nos vamos a la habitación a ciegas, deseando la cama, deseando la cama como quien va a dormir con deseos de no despertar. 









Le pedí que me dijese todo, ya ha sido la fiesta y lo he sabido. Un profundo dolor me invade, ella me dice que debería hacer como hacen todas mis amantes menos ella: negarme a conocer la verdad para que prospere la libertad. Pero no, flaca, no puedo, la verdad está ahí y me duele, me duele hondamente en la piel. Siento un profundo placer de haberte amado, y ese placer no sería placer si ahora esta muerte no fuese inevitable. La muerte tiene el poder de cambiar la vida y sus hechos. 

No flaca, si no puedo abrir los ojos no vale la pena nada, no quiero ser de los tuyos, no quiero ocultar la verdad, oh, musa mía. Es tan placentero morirse cuando uno se muere libre, sabes, dejando atrás tanta belleza, con la esperanza de ese vuelo dulce y peligroso que se llama libertad. Oh, flaca, este vuelo me trajo hasta ti; hasta este amor que por fuerza de pasión, es dolor; y ahora no le queda otra forma de ser a plenitud sino muriendo. Porque esta poesía, poesía mía, poesía sucia, sólo puede subsistir de amor y libertad; de dolor y belleza; de vida y muerte.

Y te quiero, amor, por qué negarlo. Quien iba a imaginarse que aquel poema de Neruda que me hizo llorar en tus hombros al escucharlo recitar por ti, y que en aquel momento pensaba que era la puerta a un amor de paraíso; eran aquellas, realmente, las líneas de un epitafio; de una historia de amor que se moría desde que empezaba a escribirse. Adiós, musa mía, adiós.

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