sábado, 16 de enero de 2016

Cuento para la princesa Maria Paula

 Lavar los platos es como vestirse luego de hacer el amor, limpiarse, pretender que todo es normal o mejor dicho, pretender que la normalidad existe, ¿alguna vez has tenido que vestir -o limpiar- a alguien que ha hecho el amor con otro que no eres tú? Sencillamente eso es María Paula.

La China me había escrito diciéndome que se iba al Cocuy y le dije que me escribiera cuando llegara, pero me dijo que apenas llegase, se iba para la carroza de su hermana que participaba en un concurso de belleza, que es, como es sabido, un concurso-catálogo donde se le da la oportunidad a las jóvenes más sexualmente apetecibles, de salir al mercado a buscar amantes que le faciliten la vida, es decir, que les haga cumplir "el destino para le cual han nacido". (Raga, ¿esto qué tiene que ver con mi cuento?) Entonces cuando me di cuenta de todo el trajín que tenía que hacer la China para que me llámase, le dije que no era necesario. Honestamente, más que el trajín pensaba en cómo le debía oler su hermosa vagina color Theraphosidae luego de pasar todo el día de aquí para allá, y era tan desalentador como tener que escuchar las quejas que Maria Paula me hace entre paréntesis porque mi cuento no es lo que ella esperaba. (Raga ¿pero no puedes hacerme un cuantito normal, así lindo?) Porque hasta este entonces, esa princesa no se ha dado cuenta que la palabra Raga y la palabra normal, no tienen sentido alguno en la misma oración al menos que se trate de un oxímoron.

(¿Pero por qué tienes que hablar de otras en un cuento que es para mí exclusivamente?) Estar con Maria Paula era estar con nadie, puesto que ella tenía el hábito cobarde de quien mira con sensualidad directamente a los ojos de todos pero no sabe cerrar los ojos entre los brazos de nadie (eso me gustó, Raga); a pesar de esto o quizá precisamente por ello, menos que de pasión, me llenaba de una frialdad borgiana (¿Qué es Theraphosidae?) y por eso me daba igual saber si a ella le daba igual o no que pasara tantas noches (Ya lo busqué, qué asco, Raga) a tan poca distancia entre los brazos de mi querida Albaricowski, la mujer pálida que besaba mis ojos como un atardecer (¿vas a seguir hablando de todas menos de mí?).

Deberías callarte, Maria Paula, si Neruda te hubiese conocido diría que le gusta cuando callas porque eres insoportable; deberías callarte, Maria Paula, y colocar tus enormes y flacas manos haciendo un circulo en mis tobillos e ir subiendo, sintiendo cómo tu palma va devorando los hermosos bellos negros y brillantes que le dan un tono de vigor inconfundible a mis piernas, devorarlos lentamente al ir subiendo hasta estos muslos enormes que te gustan tanto, y que cada mano haga su magia, la izquierda torpe sosteniendo, como esclava de rodillas besando la sombra por donde camino, a mis testículos, y la otra a ese pene gordo que te reconoce y no quiere más que someterte con la más maldita de todas las putas, para que luego me lo chupes, pero no, a ti no te gusta chuparlo porque las princesas pueden ensuciarse las manos pero no la boca, porque las princesas no se arrodillan o porque sencillamente tú no lo chupas, Maria Paula ¿cómo uno puede hacerle un poema de amor a alguien que no lo chupa? (¡IDIOTA NO PUEDES ESCRIBIR ESO, TE ODIO, NO LEERÉ NADA, JODETE CON TU CUENTO!) ah, pero aquella vez, la vez de todas las veces:

Cuando fui a tu casa a quitarte el virgo que ya sabía que no tenías y también sabía que estabas esperando a decírmelo cuando no tuviese más opción que aceptarlo porque me pene estaba adentro, pero eres tonta, siempre lo supe, a veces lo que me molesta de tener tanto prejuicios hacía ti es que nunca me equivoco.

Pero tus padres llegaron y debí meterme debajo de tu cama, y tenías comida y ropa, qué princesa más asquerosa, pensé. Luego me cansé de estar ahí, era de noche y te bañabas, me estaba terminando de comer la pizza que por poco no me compartes porque aunque el hambre es egoísta, en tu caso ni siquiera era un hambre egoísta, porque no te interesaba para nada mi existencia.

Te veía en la ducha y era fascinante ver a un ser humano tan hermoso, pensaba en el pobre Buda antes de conocer la vida o en el Happy Princes, y eso eras tú, mi amor, una Happy Princess bien puta y consentida y en el fondo tan hermosa, no por todo ese humanismo nauseano-sartreano sino por lo que estaba más allá, por esa manera de ver los bordes de tus palacios y llegar cada mañana a ese instante donde no sabes si suicidarte o atreverte a ir y terminas llorando de rodillas sobre los barrotes de oro, y lamiéndolos y agradeciéndolos; buena chica, Happy princes, it is so good, mi amor.

(Raga, me haces llorar, en serio) Y no podía hacer más que eso, mi amor, reconocerme un ladrón; reconocer mi hipocresía y mi contradicción; meterme al palacio sin ganas de sacarte, sino de verte así, tan desnuda y sin sombrilla ni oro, y yo sin sombrero y sin calor pero con unas ganas descomunales meterme ahí y violarte. (No me excites así que sabes que no me gusta tocarme) Y estaba adentro mientras las gotas caían y mi pene como siempre bajo el roce y el agua se ponía rojo como la gloria o el sida o el sífilis, palabras hermosas y tenebrosas, tan fáciles de decir para alguien que sólo ha tenido sexo sin condón en cuentos como este, porque la realidad tiene una crueldad y belleza que las palabras y colores distorsionan.

Oh, Maria Paula, Maria Raga, flaca hermosa, cejas hechizantes; mitad sortilegio y mitad insoportable, recorrerte con estás manos que han recorrido mujeres más hermosas que tú, no sólo por todas las curvas que no tienes sino por lo más bello y simple, lo que va más allá del comparar pero que es tan cruel y tan cierto que hay que decirlo, y hay que metértelo, y hacerte gemir, y saber que no puedes gritar, que no puedes hablar, que no puedes hacer otra cosa que ver cómo me corro dentro de ti, como te lleno de semen y tus muslos se van llenando de algo que no es mi semen sino una mezcla nueva y hermosa y repugnante que nace de los hijos que mi semen tiene con el agua y que me recuerda a esas inolvidables pajas que tuve en esa asquerosa ducha en San Joaquín, cuando aún no sabía que sería un escritor, un ser tan miserable con tanta energía en sus relatos y tanto cansancio insaciable en su vida diaria. Este absurdo, este ser libre con una niña rica, con una princesa que no tiene más honor que el de ser violada y recibir en el susto post-orgasmo, como de un salto, toda esa realidad, el saber que no fuiste violada, que siempre me quisiste porque sabías que soy impredecible, que iba a embarazarte, que sabías que estábamos hechos para castigarnos el uno al otro por no atrevernos jamás a dejar de ser lo que no somos.

(Y tú ya estabas más que perturbada, pensabas en todos esos sueños que jamás debieron cumplirse. En que jamás debiste sacarme de mi repugnante y precioso bosque de Nokesville, lo sabías muy bien, y sabes muy bien que me he metido en este paréntesis para meterme en tu vida: porque vine a eso, vine a meterme profundamente en tu vida, en la inmortalidad de tu cuerpo en la delicia de tus miedos, y así, dentro del paréntesis mirándote a los ojos te hago infinitamente mía, inmortalmente mía, princesa insoportable y exquisita).

Mientras tú duermes llena de una satisfacción borrada abruptamente por tus miedos, pensando en que tal vez desearías degollar a esos caballos que me prometiste íbamos a montar juntos cuando llegara, y yo cantaba sobre ellos "mi unicornio azul también se me perdió", y no era "también" sino "ayer", pero tú no podías verlo porque eso detalles sólo podía verlos Albarikowski, con su incapacidad para leer libros que le hacía poner tanta atención en sus oídos; a recorrer Bogotá, esta hermosa ciudad de mierda, como tantas otras muchas: fría, llena de gente, llena de mierda. Y yo no sé si me vine por ti o por Albaricoswki, que me fascinaba por su palidez, porque no era tan opresiva como tú, porque eres tan llena de libros y de conceptos y de aburrimiento; contigo todo era un intercambio, un darme para recibir lo que querías, para que usara un coche que me compraste y no el bus porque soy un ecologista idiota, en especial por depender tanto de ti económicamente, un mero burguesito idiota, el propio retrato del humanista de Sartre que tanto le encanta a Angie Jaramillo que probablemente no tiene la menor idea de que Sartre lo hizo para burlarse de los que pretendemos cambiar el mundo haciendo cosas que no cambian nada y que denunciamos el mal simplemente por la imagen que esta denuncia nos representa ante los otros y no porque realmente deseemos el cambio, porque, cómo cambiar algo que no comprendemos más que con conceptos, que son la incomprensión más pura.

Pienso en los brazos gorditos de Albaricoswki, en sus brazos gorditos y en sus manos chistosas como bombones de chocolate blanco. Y pienso en ti, y te siento tanto, así dormida y hermosa, y me burlo de mí por creer que es posible cambiar algo sólo por negarlo, fingir que lo que he escrito es cierto, pretender que no te amo. Mientras toca la puerta la sirvienta y me deslizo fingiendo una tos que casi me saca mi tos real y ahí si nos jodemos todos porque para toser soy tan escandaloso como para mis orgasmos y para estornudar, tragándome la picazón de garganta y cerrando la puerta de forma violenta a la sirvienta que debe empezar a sospechar algo y seguro en cualquier momento nos caen tus papás y aquí se arma la que nos faltaba; me acuesto a tu lado y veo tu pelo y aprovecho que duermes y me olvido de que me pediste escribir esto y de que lo estás leyendo (porque lo deseas leer tanto que siento que puedes leerlo mientras lo escribo y por eso es que soy tan malo contigo, porque me importas tanto y nada de lo que hago me permite negarlo) y te susurro todo mi amor, así, sin silencio (entre estos paréntesis que son como mirarte a los ojos, debajo de la luna, junto a la venta, dentro de tu sueño) y deseo que comprendas que me aguanto todo esto porque te amo, y que si quisiera podría haber enamorado a la sirvienta y no pasa nada, pero eso es lo que odio de esto, que nunca pasa nada, que siempre todo sale como lo planeamos porque tienes tanto poder y tan poca resistencia para aburrirte y ver lo que está a tu alrededor pero nublan tus deseos de satisfacción. Y hice todo, todo esto, para que pase algo, para que seamos juntos, para que valga la pena este escándalo de tus padres, porque sé que no soy eso que ellos dicen de mí, sino que soy todo eso y más, soy este hombre que te escribe, este que te ama, este que está callado por fuera y por dentro ríe mientras le prometes a tus padres, besando los barrotes de oro (no puedes llegar más al piso porque no te deja la barbilla) y diciendo que abortarás y no me verás; y al final, como cada final de mi vida, todo lo termino haciendo por mí, para poder ser libre de ti, aunque te doy lo que me pides no te puedo dar mi libertad porque eso no es como un bebé que se aborta, un pequeño Raga menos, como tantos otros más (tonta, qué tonta, podrías tomarte una pastilla, es que definitivamente no se puede ser cobarde sin ser imbécil) que mueren en cada día, porque lo vivo, porque vivo, no proponiéndolo como ustedes que tienen todo lo que se proponen, sino yendo más allá, en ese crepúsculo al que no alcanzan los poemas.

Y además te quiero, huele a Pizza, la ordenó Natalia Albaricowski, ojalá la China estuviera aquí, a ella le vuelve loca cada vez que lo dejo todo sólo para ser libre. Supongo que por eso sabe que jamás la dejaré, porque somos el uno para el otro a fuerza de ser completamente opuestos, tanto, que parecemos uno solo. Te quiero tanto, Maria Paula, Maria Raga, madre de mis hijos, hija de mis ojos.

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