martes, 7 de marzo de 2017

Recordando a Laura Daniela

Hay personas que se quedan en tu corazón para siempre, y además en tu vida, y puedes disfrutar de ellos, de cada instante de ellos (suponiendo que usted sea de los que siente y no de los que se acostumbra); pero hay otras personas que se quedan en tu corazón, mas no en tu vida, y Laura es una de estas personas.

Escuchaba una canción inspirada en Maria Elena Walsh, y pensé en Laura. Laura estuvo conmigo en mis comienzos, cuando nadie me conocía, cuando nadie andaba ansioso por pretender que me conoce. Siempre pensamos a las personas que amamos en algún lugar, con ciertos colores, en un espacio que nuestra mente crea para ellos. La ciudad que hay en mi mente para Laura es una ciudad llena de bibliotecas y de tantas, pero tantas ganas de leer libros.

Laura y yo siempre nos amamos y nunca lo decíamos, porque éramos un par de niños con ganas de comerse al mundo a mordiscos de aventuras. Nunca soñé tan plácidamente como en esas noches en las que dormía con la bella sonrisa de Laura, llena, en parte de sueños, y en parte de ganas de soñar.

A mí lo que me gustaba de Laura era que en ella encontraba lo que no encontraba en nadie más, ¿y qué era eso? pues eso era Laura. Si comparabas a Laura con cualquier mujer, siempre iba a desencajar Laura, pero cuando simplemente te sumergías en Laura profundamente, te dabas cuenta de que ella era más que una mujer, y se encargaba en demostrarlo intensamente en cada instante.

Para Laura yo nunca fui Raga, ella no me llamaba así, ella no me respetaba, y tal vez sólo por eso pude confiar tan plenamente en ella, como no pude confiar en muchas de las mujeres que vinieron después, ¿cómo se supone que puedas confiar en alguien que desde el primer momento parece idealizarte y verte como la respuesta a todos sus problemas? ¿Cómo confiar en una mujer que te necesita sin siquiera conocerte?

Laura siempre tenía miedo de que la fama me corrompiese, se alarmaba un poco cuando empezaba a ver que salían admiradores y personas que me trataban como a un joven superdotado, yo no sé si llegué a corromperme, probablemente sí, porque de lo contrario no existe otra razón para que hoy Laura no esté conmigo. No me refiero a estar conmigo como pareja, de hecho nosotros jamás nos sentimos de esa forma más allá de esos momentos tan vulnerables que ocurren antes de dormir cuando uno se siente plenamente amado. A lo que me refiero es a que ella no está, y no puedo ni siquiera escuchar su voz, o mirar sus ojos llenos de emociones y deseos, y adivinar sus silencios y sus miradas, y sus gestos, porque ella no sabía ponerse en palabras, y yo era un traductor del lenguaje de sus gestos, ella podía mirarme y ya yo sabía qué quería, qué sentía, qué le aquejaba, y eso era lo hermoso de ser tal vez el único amigo verdadero de Laura.

Tal vez siempre he sentido una debilidad por esas personas que son tan maravillosas y a la vez no encuentran forma de manifestar su voz en este mundo, tal vez yo escucho su voz en sus silencios, sus secretos, su interior, y eso es lo que le da sentido a estar vivo y mi literatura. Yo no escribo por las cosas que hay que decir, sino por aquellas que no hay que callar.

A Laura siempre la siento como una niña, una niña siempre inconforme consigo misma, que cuando estaba sola se conmovía como nadie al ver el atardecer, pero cuando estaba conmigo buscaba siempre maneras de arruinar el momento con alguno de sus conocimientos científicos de astronomía que -aunque le irritaba- servían de inspiración para mis poemas. A Laura le encantaba arruinar todo momento tierno entre nosotros, tal vez porque era una forma de manifestarse, de hacerse presente, ella sabía que mientras me llevara la contraria sería alguien por sí misma y no simplemente la mujer de Raga, ella odiaba a Raga, a pesar de que me amaba a mí.

Laura siempre buscó maneras de no ser asociada conmigo, y de que siempre que se viese conmigo, encargarse de que se dieran cuenta de que ella no estaba babeando por mí como todas esas otras chicas, que según ella, venderían su dignidad a cambio de un poema.

Por eso es que Laura me ha inspirado tanto, porque a veces su necedad la hacía ver incorruptible.

Yo sé que tal vez Laura pueda despreciar todo lo que escribo, sencillamente porque es hermoso y ella odia esa sensación de belleza, porque no le gusta sentirse vulnerable frente a un poema, al menos que esté sola, al menos que esté dormida sujetándose a la vida mientras aprieta uno de mis fuertes brazos.

Es asombroso cuánto tiempo a pasado, es como si esa Laura ya no existiese, y formase parte de otra vida, y sin embargo, cuánto puede evocar un verso y un poema, cuántos mundos pueden nacer de un trocito de belleza.

Al irme de Laura me fui a la vez de toda la literatura latinoamericama, no por desprecio, no por idealizar lo extranjero, simplemente conseguí una tienda de libros usados y bueno, no hay demasiados libros latinoamericanos en esa tienda, así que me sumergí a la literatura universal, pero siempre que pienso en Benedetti, Sabato, Borges, Cortázar o Gabo (y Galeano, en especial Galeano), es como pensar en Laura.

Porque una persona no es sólo lo que es, sino que además es la etapa de tu vida por la que te acompañó.

He cambiado mucho, y me imagino que Laura también. Por lo menos me queda el consuelo de saber que a lo último Laura se aburría de mí, me decía que esa historia ya se la había contado, o que ya le había dicho sobre la historia de ese país, y bueno, el recuerdo de esa parte de la historia me hace pensar que tal vez le dí todo lo que pude darle mientras estuvimos juntos, y es un hermoso consuelo.

Yo no sé si Laura me recuerde, y no me molestaría si no lo hace, porque no deseo nada de ella, es imposible pedir más belleza de la que pasé a su lado.

Tal vez Laura ahora no tiene los mismos intereses, porque muchas de las cosas que Laura hacía, leía o observaba, era en gran parte porque todas las noches podía llegar y me lo iba a contar y yo la escucharía con toda la atención que le entrego a una flor o a un atardecer.

Yo he cambiado mucho, pero no cambiaría nada de lo que pasé con Laura.

Si volviese a verle, lo que haría sería escucharla, hablaría sólo lo necesario, gozaría de cada instante, de la forma en la que el aire sale de su interior, y sus dientes y lengua y labios hacen la magia de su voz.

Esto no es una despedida, yo a Laura jamás podría decirle adiós, porque Laura es una de las más bellas partes de mí. Y es necesario decir esto, porque sin su belleza y su apoyo yo probablemente no estaría aquí.

En la época de Laura, yo no tenía ganas de vivir, mi vida era una entera frustración, un conflicto entre lo que vivía y lo que quería vivir, y en esa época, los únicos momentos hermosos, eran aquellos con Laura.

Yo no sé nada de Laura, hace mucho no lo sé, pero sólo sé que deseo que le pasen todas las cosas hermosas y maravillosas que sólo un ser como ella merece que le pasen. Hablo de un atardecer, del verde del césped, de la brisa, y ojalá algún día puedas conocer ese mar al que siempre quise llevarte. Pequeña Laura, castorcito, china pendeja...

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