viernes, 23 de junio de 2017

El arte de las palabras.

Es curioso, pero me doy cuenta que hay un proceso previo al escribir bastante interesante; y es que, antes de ponerme a escribir, siento que las palabras vienen a mi cabeza, trayendo música, imágenes, bailes, movimientos, aromas. Y esas cosas vienen en orden de nacimiento, sin contradecirse la una a la otra, todas parecen venir sin otra función además de hacerme sumergirme en ese lago que es la consciencia.

Pero luego, me siento a escribir, y nada es lo que estaba en mi mente antes de empezar a expresarlo. Es como si hubiesen dos tipos de palabras, las expresadas y las del silencio, y siempre son más bellas las del silencio. Pero, esas palabras del silencio, son inexpresables, y cada palabra que se escribe, muestra una sombra de ese silencio, pero no lo contiene, porque esa es la delicia de sentir, que sentir es intraducible.

Hay personas que al escribir intentan alcanzar algo, un nivel, una perfección, o un canon de belleza. Porque sí, así como hay cánones de belleza en todas las culturas, también hay canones de belleza en la literatura. Porque recuerden que el mundo de afuera es una manifestación de lo que llevamos adentro, así que si hay desorden y caos a nuestro alrededor, puede ser un síntoma de que hay cosas que necesitamos sanar por dentro.

Ahora bien, por lo que me han contado de Mozart y otros a fines. Ellos tenían una percepción musical de las cosas, una manera de ver el mundo a través de sonidos. Yo creo que al escritor o por lo menos a mí, me pasa lo mismo, sólo que con las palabras. Y no digo esto tratando de vanagloriarme, simplemente creo que es la cualidad de todo talento, me parece que hay más vanidad en negar el talento con falsa modestia para que otro nos lleve la contraria y nos adule, que simplemente aceptar que está ahí como aceptar cualquier hecho.

Casi siempre se tiene la idea de que los genios son vanidosos y viven en un caos. Si ese es un requisito para ser un genio, me parece que es un poco tonto. No creo que el talento de alguien dependa de su incapacidad para afrontar problemas, derivado en la construcción a través de su realidad interna, de un mundo propio que lo refugie del real. Lo que trato de decir es que no creo que nadie necesite, por ejemplo, drogas para expandir su consciencia o experimentar demasiada miseria y sufrimiento para aprender algo. Creo que si eres inteligente, esa inteligencia te puede hacer ver el peligro de las cosas. Así como si vemos un precipicio, sentimos un peligro y nos quitamos, creo que lo mismo puede pasar con las cosas que pertuban nuestra consciencia, y tal vez el principal problema de nuestras vidas es que no nos vemos a nosotros mismos, no nos escuchamos ni observamos, estamos tan interesados de buscar algo prefijado o de huir, que nunca entendemos nada, ni sentimos lo que está a nuestro alrededor.

Sigo pensando en lo de las drogas para expandir la consciencia, la verdad no creo que la consciencia pueda expandirse. Lo que pienso es que si uno se droga, pues está drogado, y podemos darle nombres fabulosos a las cosas que sentimos, pero esto sería como decir que por apagar la luz el mundo deja de existir.

Pero volviendo al tema de escribir, la sensación que me produce es que hay algo en mi mente, y ese algo lo quiero expresar, lo quiero comunicar, y nunca lo consigo, pero mi tarea es hacer que la distancia entre lo que digo y lo que quiero decir, se reduzca al máximo. Y allí creo que tocamos el punto de la habilidad. Es decir, el talento es innato, en mi caso, la primera vez que me atreví a hablarle a una chica (De hecho, ella tuvo que hacer hasta lo imposible por acercarse a mí, debido a que yo era espantosamente tímido.) ya le estaba escribiendo poemas, e inventando historias de amor con ella, y mientras los otros muchachos de mi edad se hacían novios de las chicas para aprender a besar o para engañarlas y tener sexo con ellas, yo estaba convencido de que a esa chica la iba a amar para siempre a pesar de que ella no sentía lo mismo. Al contrario, a ella le parecía que yo simplemente era un niño guapo por ser muy blanco y tener rizos y un enorme culo.

Otra cosa que me hace sentir que el talento es innato, es el hecho de que al leer mi primer libro, a los 15 años, lo primero que sentí es que quería escribir libros, y usar las palabras para expresar las cosas profundas que necesitaban expresarse porque era indispensable que no muriesen en el silencio de las cosas que se van como si jamás hubiesen pasado.

Lo innato, es aquello que no puede incrementar con la práctica, que no se puede mejorar, que no depende de nuestros esfuerzos. Escribir no me hace ser más sensible ante las cosas hermosas, y esa sensibilidad, en cambio, sí es la que me hace escribir. Yo no decido ni elijo que me guste escribir, o que me encante leer, o que el olor de los libros me fascine tanto como el de una mujer amada, o que al escribir el tiempo se me pase como si para morir en palabras hubiese nacido. Y esa es la belleza, lo inmedible, lo incontrolable.

Controlar, el deseo de prolongar lo bello y hermoso, de hacerlo perdurar en el tiempo, lejos de lograr su objetivo, lo daña por completo. El momento en el que somos conscientes de que algo es hermoso, deja de serlo. Para explicar esto mejor, contaré una historia. Bien, estaba con una persona caminando por el bosque, yo le señalo a esa persona una bella flor, y esa persona dijo que era hermosa, y luego, empezó a hilar un monton de recuerdos relacionados a flores y todo lo demás. Mi punto es, que no observamos para sentir, sino para asociar, y ese proceso de asociación, de comparar todo lo que vemos con lo que está en nuestra memoria, no nos deja sentir por completo el aroma de la flor, y su color, y en sí, su belleza.

Pero todo tiene su respectivo lugar, el lenguaje es una ciencia, es matemática, es lógica, es un orden. Sin las leyes del lenguaje no podríamos entendernos, y me parece que allí es donde toma lugar la habilidad, que es, al fin y al cabo, lo que permite expresar lo que va más allá de las palabras. Muchos amigos que escriben, dan por sentado que lo que uno está leyendo, es lo que ellos tienen en su mente. Y no es así, uno lo que tiene frente a los ojos es un desastre de palabras que no refleja nada de lo que ellos tenían dentro antes de escribir. Y es allí donde la habilidad toma lugar. La práctica no te hace sentir, te hace expresar lo mejor posible lo que sientes. Porque las palabras son herramientas, y lo realmente esencial, no son las palabras, sino lo que va más halla de las palabras. Y ese creo que es el balance, las palabras como instrumento, para ir a lo que se esconde más allá de ellas.

miércoles, 7 de junio de 2017

Tu sonrisa es un cielo despejado.

El cielo era pálido, enorme, como si una gigantesca nube blanca estuviese ocultando el universo. Caían gotas suaves, largas, leves, como el hálito de algo hermoso que no se puede nombrar. "Cuando el clarín de la patria llama hasta el llano de la madre calla", le dije, recordando una frase que alguna vez mi madre me contó, una de esas frases aleatorias y sin sentido que vienen a la mente cuando llueve de forma tan delicada. La manifestación desordenada de los recuerdos, ese es un hábito común en los desterrados, una especie de nostalgia sin anhelos, una manera de olvidar todo lo que una vez fue tu hogar a través de recordarlo de una forma tan vaga y hermosa que pareciese que nunca hubiese pasado sino que lo soñaste. 

A ella le gustaba este hábito mío, me miraba como si nunca hubiese existido nada tan hermoso antes de mí, y yo me sentía amado, amado de esa forma que sólo puede ocurrir cuando eres absolutamente vulnerable, cuando sientes que podría pasarte cualquier cosa espantosa, hasta envejecer, y esa mujer seguiría a tu lado pensado que eres lo mejor que le haya podido acontecer en la vida. 

Estábamos solos, sumergidos en esa dicha que sólo tienen los amantes que se sienten completamente entregados y libres de cualquier tipo de interrupciones. Ella tenía una franela mía que le llegaba apenas a los muslos, y debajo no había más que una hermosa ropa interior negra invisible debido al delirio que me producían sus piernas. Se veía tan hermosa que no sabía si le acababa de hacer el amor o estaba apunto de hacérselo, y me encantaba perder la noción del tiempo al mirarla.

Afuera el cielo se hallaba tan pálido, pero su sonrisa sin mostrar los dientes era lo más parecido que he visto a un cielo azul de verano cuando se encuentra despejado. Sus ojos me ardían en el pecho como la voz de un pájaro. Le dije las palabras más bellas que hallé para describirla, pero uno no puede mirar a los ojos a una mujer que ama sin sentir que todo lo que le dices es una mentira, que las palabras pertenecen a otro mundo, el mundo de los que temen estar solos y a ese miedo le llaman amor, pero en cambio este silencio era tan como esa lluvia, estos ojos de voz de pájaro, esta sonrisa de cielo despejado... 

No te amo, ¿sabes?, no, no te amo. Decir que te amo es llenar este nacimiento de ayeres muertos y pesados, pero tú eres tan gris como este cielo y hay más dicha en el frío de tu cuerpo y en el ardor de tu alieno de la que hay en cualquier símbolo o significado.

Ella me dijo que tenía frío, y muy pocas cosas me estremecen tanto como cuando ella me dice eso y lo puedo ver en su piel de pasto acariciado por la brisa. La desnudé, porque cuando mi mujer tiene frío yo la despojo de todo abrigo que no sea el de mi piel; la acosté, la puse boca arriba, abría sus brazos como dos alas y contemplé por unos instantes su cuerpo, dejando que mi cuerpo se desbordara de ganas de poseerla mientras la miraba. Cada detalle de su cuerpo, cada uno de los rincones que me pertenecen; y me detenía en la magia envolvente de sus areolas y pezones que me fascinan mucho más durante el frió.

Y para qué contarte que la llené de besos, que me encanta el sabor de sus senos, que antes de que me diera cuenta ya ella estaba sobre mí, y nos mirábamos a los ojos siendo uno, mirándonos como nunca nadie se ha mirado, ni siquiera nosotros mismos.

Y dime, para qué te cuento eso, si tú también estuviste ahí... 

sábado, 3 de junio de 2017

Capítulo uno: el encuentro.

Los amores se sustentan de la ilusión, en cambio, esos instantes de inmensidad en el bosque, son vivos, van más allá de todo lo que pueda crear la imaginación.

Desde el primer momento en el que se conocieron, él sintió que caía en un abismo, y las cosquillas de ese salto le hacían sentir agradecido por no saber volar, por no poder resistirse a esta caída.

Quizá por puro hábito, la ignoró; él tenía la costumbre de ignorar deliberadamente a las personas hermosas, en especial si estas se mostraban muy interesadas en coquetear con él, cosa bastante frecuente. Él era un hombre muy fuerte, con un rostro de facciones muy finas y masculinas, un ser que tenía más relación con la naturaleza que con la sociedad, y que no salía de su casa sin un libro, y aprovechaba cada momento para leerlo, lo que le hacía casi inaccesible para las personas que querían llevarlo a la cama, y cuya única puerta de acceso era ese libro, debido a que era donde se posaba toda su atención cada vez que se hallaba en sociedad.

Ella trabajaba en el hotel donde él se hospedaba, la bella isla de Margarita representaba para él un cambio de clima, salió de los profundos bosques y de las cuatro estaciones del año, para encontrarse en una tierra de verano, arena, y mar.

Le gustaba ir a leer al mar, y llevarse un libro consigo, enterrar sus pies en la arena y sentir que esa calidez era el amor incondicional que reciben los niños con suerte. Le costaba abrir su libro, casi toda la atención se iba en la contemplación del mar.

Luego de eso iba al hotel, y cada vez que estaba leyendo en el comedor, sentía unas cosquillas en su estomago que lo forzaban a dejar de leer, entonces miraba a su alrededor, y en cuestión de segundos, aparecía ella, y esa conexión más allá de las palabras, incluso del lenguaje, lo dejaba anonadado. Ella simplemente pasaba y él sentía que todo era perfecto, sólo porque ella estaba caminando.

Pasaron por muchos encuentro sin palabras, entre ellos se entretejía una historia de amor que se escribía en cada uno de los rincones de aquel hotel en donde se topaban. Él no conocía los hábitos o rutinas de ella en ese trabajo, simplemente sabía donde encontrarla siguiendo esas cosquillas, ese instinto que lo llamaba; un instinto tan perdido entre los humanos pero que en su bosque lo podía ver en cualquier momento y maravillarse, porque estaba presente en todo el mundo animal. "Tal vez las palabras nos alejan de ese instinto", pensaba, al sonreír por sentir las cosquillas cerca y saber que la mujer destinada para él estaba por aparecer.

Sin darse cuenta, como nacidas de esas cosquillas y no de su proceso mental, pronunció las primeras palabras que resonarían el resto de sus vidas en las consciencias de cada uno:

-Todo es perfecto cuando tú caminas.

A lo que ella respondió con un estornudo, y empezó a reírse de una forma muy tierna, y su riza se fue disipando por comentarios con un tono burlesco y un excesivo uso de palabras obscenas que parecían transformas el comienzo de su primer diálogo y darle un tono bastante humillante para él.

Cuando él sintió su risa, sus cosquillas llegaron a niveles nunca antes alcanzados, estaba al borde de perder el aliento y morir físicamente de tanta dicha. Pero ella empezó a decir esas cosas que suelen decir las personas cuando no entienden la belleza del momento y terminan arruinándolo por completo debido a que sus reacciones lejos de darle continuidad al encantamiento y dejarse someter por él, lo exterminan por completo, como si fuese necesario explicar las cosas y darles un sentido antes de empezar a vivirlas, una incapacidad total para la improvisación, cosa muy frecuente en las personas de la urbe y en cambio ese instinto de improvisación es tan indispensable y desarrollado en todos los que viven en total contacto con la naturaleza.

Él se retiró bastante avergonzado e irritado, sin pronunciar palabra alguna luego de la primera y única frase que desarrolló tanta emoción y que ella transformó involuntariamente en tanta humillación, y cuando se marchaba sin despedirse ni dar explicaciones, ella vio claramente en su rostro que había dicho o hecho algo terrible y que le era imposible saber por qué, pero que debía hacer algo de inmediato, y como en esos momentos en donde no pensamos en que lo que hacemos es rogar, o peder el orgullo o algo que no haríamos por nadie, ella simplemente pronunció las primeras palabras que nacieron de sus cosquillas y no de su intelecto; las primeras palabras no pensadas sino sentidas con todo su ser, sus huesos, su sangre y su piel; las primeras palabras que hacían encender la llama destinada a someterlos a ambos, debido a que cualquier comentario que no fuese nacido de este impulso, estaba destinado a destruirlo por completo.

Y fue entonces cuando le dijo:

-Oye, espera, ven.

Fueron pronunciadas en un tono tan dulce, tan hermoso, tan demandante pero a la vez tan entregado, el tono de su voz le decía "Ven, yo también te necesito, yo tampoco me lo explico, pero sin conocerte ya no puedo vivir sin ti."

Ese tono era tan distinto a aquel primero que pretendía saberlo todo, que traducía su atracción mutua a un lenguaje tan burdo, tan corriente, arrojando la belleza inefable que los juntaba a un terreno en donde no podía más que perecer.

Y fue entonces cuando el se detuvo, y por primera vez desde que se hospedaba en el hotel ella lo vio sonreír, y fue la única vez en toda su vida en donde ella sintió por un instante que era capaz de entender todas las cosas sin necesidad de explicárselas mientras fuera capaz de sentir esa sonrisa. Y él al ver esa mirada tan hermosa, evidentemente producida por su propia belleza, bajo sus enormes pestañas y totalmente sonrojado se dio la vuelta y se esfumó, sintiendo que iba a morir de tantas cosquillas y del fuerte palpitar de su corazón.