jueves, 28 de diciembre de 2017

El sueño de los oprimidos.

Te asombrarías al pensar en los lugares en donde un ser humano puede encontrarse un hogar. Un hogar es ese sitio en donde siempre te quieren ver volver. Y fue entonces como Tania había curado su orfandad con los convictos del penal. Cualquiera se vería tentado a pensar que iban a abusar de ella, y maltratarla, y luego matarla. Pero para ser un críminal despiadado hay que ser libre, y aquí estos hombres estaban más sensibles a la presencia femenina debido a la escacez de esta. Cuántas veces uno deja pasar a una mujer cuando tiene opciones, ah, pero aquí, aquí uno se da cuenta que el mayor embellecedor es la ausencia, solían decir, no con palabras sino con acciones, los presos.

La prisión es la carencia y Tania era aquí una reina, a pesar de que su carencia era lo que la llenaba de toda adoración. Su carencia de pene, de masculinidad. Usaba el cabello corto, y todos los reos la instaban a dejárselo crecer, a acentuar las diferencias con lo masculino. Sus senos eran casi imperceptibles, y qué se la va a hacer, decían los más sobrios, por lo menos así nadie se obsesiona, porque sino imagínate, se prende esta mierda y hacemos una guerra, mejor así, que parezca una niña a la que todos cuidamos antes de que parezca una mujer a la que todos necesitamos.

Como ley de justicia todos se compartían a Tania por porciones iguales, era la única forma, porque si le tocaba más o menos a alguno por sus condiciones físicas, entonces eso sí que crearía un colapso. Al imponer equidad prevenían el destructivo enamoramiento, porque para enamorarse hay que primero creerse especial. Y en ningún lugar es tan peligroso el enamoramiento como entre críminales.

Fuera de la cárcel una mujer compartida empobrece su valor, porque para compartir a una mujer hay que primero reconocer tu debilidad, tu sentido de inferioridad o tu impotencia. La impotencia sí existe, es la condición humana, pero una cosa muy distinta es que algo exista a que algo te lo creas. Y una historia de amor solo ocurre cuando el hombre deja de creer en su condición humana. Cuando dos o más hombres comparten una mujer, sentimos que ellos reconocen su inferioridad ante ella.

Y tal vez dentro de esta cárcel sea igual que afuera, pero es una hermandad involuntaria, un reconocer que el placer, como el alimento, es de todos y es poco, y por lo tanto lo tenemos que cuidar. Somos reos, si la espantamos nos quedamos sin nada, así que vamos a cuidarla, vamos a dejar que sea el centro de nuestro universo.

200 hombres, 200 maridos, toda una familia enorme alrededor de la abeja reina.

Tania quedó embarazada y nadie tenía idea de quién podría ser su padre, el nombre del hijo era aún un enigma, muchos optaron por reconocerlo como Junior, el hijo de todos.

Lo cierto es que el parto se complicó, y Tania y Junior cumplieron su sentencia aquí en la tierra.

Los presos acrecentaron la ausencia, el dolor y la escacez, y crearon toda una secta en nombre de nuestra señora Tania, la que ampara a los privados de libertad, a los de las manos llenas de sangre cuyo todo fruto es  porque es forzado.

Tania, la patrona de las esperanzas que fecunda sueños que nunca llegarán a ser, sueños muertos, cuyos recuerdos, nos invitan a soñar mucho más.

Tania, aquella mujer que una de nuestras semillas dio lugar a su muerte, aquella culpa que todos compartimos al ignorar el verdaderos responsable. Nuestra verdadera pena, nuestra verdadera redención. La madre de ese hijo que nunca podremos conocer. Esa duda, a la que nos resistimos, la que nos come, la que nos acaba por dentro y nos convierte en el hazme reír de todos estos barrotes que son la vida.

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