viernes, 30 de marzo de 2018

Dime que te vas

Dime que te vas
pero no para siempre
pero no indefinidamente
dime que te vas
que vas a jugar con tu ausencia.

Dime que te vas
pero no demasiado
como para olvidarte
o sentirte extraña cuando llegues
dime que te vas
lo suficiente
para morirme de deseos cuando regreses.

Dime que te vas
que no serás como ese hermoso cuadro
que una amante sucia me regaló
para comprar mi amor
y que lo veo dos veces al año
porque a diario esta frente a mis ojos.

Dime que te vas
que te irás lo suficiente
para no aburrirme
pero no demasiado
como para resentirte.

Dime que te vas
pensando en regresar
y que regresarás siempre
que siempre será una primera vez
no una última vez
no un miedo
a que puedas no volver
dime que te vas
dejando todo aquí
que regresarás
que le pertenecerás como yo
a esta mutua felicidad.

Llegas

Llegas
con tempestad de aguacero
trayendo el placer sin emociones
de los suaves recuerdos
mojados como lluvia.

Llegas y detesto
mi condición de ser hombre
de necesitar de tu llegada
para que vuelvan a tener colores las palabras
dicha los silencios
y eternidad las caricias en mi barba.

Llegas, y no es justo
que ahora amo más al mundo;
y disfruto más de las simples cosas,
esas que están frente a mí
pero que son imperceptibles si no estás.

Llegas y descubro
que la vida es sólo vida
cuando yo te tengo cerca
o cuando sé que tu ausencia es deliciosa
porque no es eterna.

lunes, 19 de marzo de 2018

De qué se trata lo que escribo

Me preguntaron de qué trata lo que escribo, si es poesía, si es un diario o si es imaginación. Dicen que se siente real, y yo sólo puedo decir que se siente así, porque así lo es. Me inclino a pensar que lo que todos escribimos es un reflejo de las cosas que más nos conmueven cuando léemos y vivimos. Hay quienes me llaman intelectual, otros poeta, y tal vez nadie se equivoque. Sólo sé que lo que escribo tiene un aliento que es mío, una muerte que sólo yo he vivido. Y lo expreso con naturalidad, sin buscar nada, dejando que los textos desciendan a mí, y que se escriban como mejor les plazca, mi responsabilidad rádica no más que en mantener las herramientas en óptimas condiciones, y servirle de instrumento a la vida para que se exprese a sí misma a tráves de mí.

No me gusta llamarle obsesiones a mis temas, creo que las obsesiones son parte del miedo, la preocupación y la voluntad. En mi caso nada de eso existe cuando escribo, cuando escribo dejo de existir, y doy paso así para que exista todo lo demás.

Por una vez en la vida

Hércules, cómo decirte que fui amada, que pienso en ti aunque no lo quiera, que te me atreviesas en las cosas que pasan, en las que van a pasar, y en las que pudieron pasar y no pasaron.

Cómo te hago entender que no te merezco, que cuando miro al pasado me doy cuenta de que todo lo que pudo pasar y no pasó fue simplemente por mí, por mi culpa, por mi irreparable cobardía.

Y que quisiera ser otra, quisiera ser lo suficientemente fuerte para tener miedo, y quitarme de este tren que se me viene encima, y que es mi vida sin ti, mi gran héroe, el dueño de mi vida, quien me salvó de mí.

Pero no puedo, porque cuando siento al tren venir pienso que es mi culpa, que yo caminé hasta aquí, y que pase lo que deba pasar, y si puediera te diría que esa es la mentira que me digo a mí misma para no afrontar todo este agujero negro que ensombrece mi vida y marchita tus flores. Tú necesitas a una mujer de luz, y siempre lo supe, siempre lo sentí, me hacías brillar a mí y yo por más que lo intenté nunca pude hacerte brillar a ti, porque no había luz en mi interior.

Sé que crees que me extrañas, y que te hago daño al no intentarlo, pero seamos francos, vayamos más allá del amor por una vez en la vida, brillaste con tu propia luz, no con la mía, y brillaste más fuerte que nunca porque brillaste lo suficiente para alumbrar esta oscuridad que si quieres podemos llamar el alma mía.

Eres lo mejor que me ha pasado, la primera cosa buena que nunca jamás tuve en mi vida, pero no merezco tu amor sino tu odio, porque no tengo fuerzas para amarte como tú me amas, porque sé que en el fondo no me amas a mí, tú amas la vida, la primavera, las personas, la pasión de tu vida. Eres fuego, Hér, entiende, y sólo por eso sé que tu amor fue verdadero, sólo por eso te creí, sólo por eso tengo fuerzas para seguir y saber que aunque me muera por lo menos una vez fui amada por alguien como nunca habrá otro sobre la tierra. Fui tu niña, tuya, y al mismo tiempo, no fui suficiente. Tuve miedo, porque en el fondo de mi ser sabía que no sería para ti difícil olvidarme, y por eso dejé de intentarlo, porque me quedaste grande, porque fuiste más bello que todo lo que pasó en mi vida antes. Fue por ti que decidí vivir, fue gracias a ti que empecé a nacer. Pero no te enviaré esto, no te hablaré nunca, porque sé que si regreso a ti volveré a temer, me volveré a ir, te volveré a fallar.

Hércules mío, si supieras cuán amada me hiciste sentir, porque no me amaste por lo que soy sino a pesar de lo que soy, y lo importante es que fuiste mi primera vez en todo lo que es bello en esta vida, y tal vez seas mi única vez en todo lo que es bello en esta vida, porque no quiero romperle las flores a nadie que como tú, si haya nacido para merecer las cosas hermosas de la vida.

jueves, 15 de marzo de 2018

Diente de león

Si este es el adiós
no te quiero ver sufrir
si te vas no es porque no encontraste amor
si te vas es porque creíste que esta primavera no era sitio para ti.

No quiero que sufras,
aunque tal vez yo sufriré,
no por ti sino por este infantil deseo
de que sentirme amado nunca llegue a su fin.

Que no te vaya nunca mal,
eso es lo que quiero para ti.

Piénsame cuando te pasen cosas hermosas,
porque donde hayan dientes de león
encontrarás siempre un trozo de mí.

lunes, 12 de marzo de 2018

El olvido es amarillo

Mi madre me despertaba todas las mañanas de la forma más amorosa posible, se dejaba caer en la cama a mi lado, y yo sentía su leve peso y ese calor de ella que podría distinguir entre todos los calores del mundo. Mi madre siempre estaba caliente, tenía sangre de fuego, y yo también.

Me despertaba con un dulce beso en la mejilla, y me daba cosquillas en la oreja, a veces siento que mi barba es un bosque y que toda la vida que hay en ella fue porque mi madre la sembró con sus besos.

Mi madre me amó como a nadie en esta vida, a veces, era demasiado, y llegaba por momentos a odiarla porque me asfixiaba y estaba tan presente que hasta me aburría. A veces me pregunto si mi forma de sentirme amado por los otros es sintiendo que están tan presentes hasta que me aburren, tal y como ocurría con mi madre. Es como que, ¿por qué no me dejas aburrirme de ti con tu constante atención, acaso no me amas? Sí, también estoy riendo sin mover mi boca en este momento.

Mi madre no recibió amor de sus padres, nació en pobreza extrema, y la peor pobreza es la de quien no recibe ni siquiera amor. Y mi padre no merecía tampoco ese amor que ella se moría por recibir dando, así que cuando yo nací, me convertí en todo para ella, hasta el punto en el que cada veinte minutos entraba en el cuarto para asegurarse de que estaba respirando.

La escuela fue para mí una tortura, mis habilidades sociales eran muy pobres, el mundo me daba miedo y yo me defendía de ese miedo con una cortina de odio. Los profesores siempre se alarmaban con mi seriedad y mi silencio, y los únicos amigos que tuve eran aquellos que querían la compañía de alguien que no se cansara de escucharlos. Y sí, también sentía que mis verdaderos amigos eran aquellos que me contaban tanto de su vida que hasta me aburrían. Era la forma que tenía de identificar quién me quería.

Mi transportista era Nidia, una negra con figura de hipopótamo que manejaba una camioneta amarilla que eran las que usaban la mayoría de los transportistas escolares en ese tiempo. Recuerdo que era escandalosa, chusma e insolente, y su hijo, Luis, era una repetición de ella, pero sin ser gordo.

Un día al terminar las clases, me demoré un poco, y al salir a la zona del transporte no encontré a nadie en la fila de niños que se iban en el mío. No puedo poner en palabras la sensación eterna de angustia que recorría mi sangre cuando las filas de otros niños que iban a otros transportes se iban drenando hasta el punto en el que me quede solo, el sol del mediodía ardía a unos centímetros de mí, y yo sentía que la sombra en la que me refugíaba pesaba como la muerte.

Nunca tuve el coraje de hablar y pedir ayuda, hablar con otros me resultaba aterrador, mi vida transcurría en la observación silenciosa y alerta para entenderlo todo a mi alrededor sin tener que hablar. La confusión se apoderó de mí, empecé a caminar por los salones vacíos, me ardía el estómago y mis manos estaban empapadas de un sudor frío que aún no puedo creer que saliese de un cuerpo tan caliente como el mío.

Me dije a mí mismo que todo estaría bien, pues ya desde ese entonces tenía el hábito de los niños solitarios de monologar a todas horas, pero no me creí ni una sola palabra de aliento. Al final no resistí, me senté bajo la sombra de un árbol delgado que estaba rodeado por una jardinera compuesta de ladrillos naranja, y empecé a llorar con el mismo llanto que terminaría sintiendo por el resto de mi vida cada vez que me sentía abandonado.

Recuerdo que casi no podía ver nada a mi alrededor porque mis ojos estaban demasiado mojados, yo que siempre había odiado sentirme vulnerable me encontraba allí, llorando a plena luz del sol en el centro de un mundo que ya no tenía sentido para mí. Sentí que iba a morir, que era el final.

Luego pasó una muchacha que antiguamente había estado en ese transporte pero se había cambiado para otro porque no soportaba a Nidia. Su nombre es Maria Lugo, y al verme me trató con una ternura maternal que estoy convencido desde ese día que toda mujer tiene escondida en algún rincón de su ser, y que existe porque sin ella la existencia de los hombres sería insoportablemente miserable.

Ella me caía mal porque era muy altanera y segura de sí misma, todo lo que yo deseaba ser y no me atrevía. Era gordita y lo disimulaba con una prominente estatura, y entonces se alarmó al verme y sostuvo mi rostro en llantos contra su panza, ella hubiese querido que fuese contra su naciente pecho, pero era muy alta.

Sábato me dijo una vez que siempre es el otro quien nos salva, y cuánta razón tenía ese triste viejo, pues Maria fue mi heroína, me llevó a la dirección y les explicó todo a todos, yo no podía hablar, me odiaba a mí mismo por sentirme tan débil, no quería llorar, pero cada vez que abría la boca sentía un golpe horrible en el fondo de mi estómago que me privaba en un llanto que si pudiese transmitirlo estoy seguro que me haría millonario ofreciéndolo en funerales de personas que nadie amó.

Era tan triste mi llanto que ni siquiera los niños que eran burlones y abusivos se atrevían a burlarse, hasta los niños más despiadados colocaban sus manos sobre mis hombros que saltaban furiosos al ritmo de mi inconsolable corazón.

Todo lo pude comunicar no más que a Maria, y ni siquiera fue con palabras sino moviendo la cabeza, era la única que podía hacerme ir más allá del dolor y el llanto.

Fue entonces cuando descubrí que mi dolor tenía nombre:

-Se olvidaron de él.

Dijo ella de una forma impetuosa, como todo lo que decía, y yo sentí que todo el dolor regresaba al ser capturado y contenido en una palabra: olvido. Y afortunadamente todo se solucionó sin problemas, aunque aún hoy en día siento al recordarlo la sensación de las lágrimas que lentamente se secan sobre tu ardiente rostro.

Cada vez que me siento abandonado por alguien que me amó, siento ese mismo llanto, y antes de dormir, mi mente se remonta a esos escenarios que recorrí desolado.

El abandono tiene un color amarillo, como la camioneta de Nidia.

Luego de eso me cambiaron de transporte, por supuesto, escogí el mismo al que se había cambiado Maria, pero esa es otra historia.